Por Matías Maciel*
Pareciera que ningún poder global posee
autoridad para conducir a las sociedades exitosamente en la pandemia. En medio
de este desconcertante panorama estudiar y difundir experiencias positivas en
la gestión de la crisis sanitaria no es sólo un problema de salud, sino
contrahegemonico.
“Tigres
de papel”
Desde el punto de vista político el mundo
se sumerge en lo incierto. Las miradas más agudas y sólidas sobre la realidad,
como escribieron Marcelo Berdel y Leon Gieco en su canción en homenaje a la
Patagonia “se han detenido a pensar”(1) . Hasta las grandes potencias se
arrodillan ante el impacto de la crisis. Como gigantes asustados, al intentar
pararse, no vacilan en aplastar con sus pesadas manos militares a los que ya no
dudan de sus debilidades estratégicas. “Todos los reaccionarios son tigres de
papel” le dijo Mao Tsetung a la periodista norteamericana Anna Louise Strong y
no se equivocó. Pero son peligrosos y más cuando están asustados. Se puede
escuchar el retumbar ensordecedor de la guerra. La grieta ideológica se
disemina por el mundo tan exponencialmente como el virus. Los poderosos
preparan, con sus usinas de construcción de sentido, el terreno cultural y
político propicio para sus planes.
Al 26 de agosto, Cuba tenía 3729
contagiados 2345 recuperados y 92 muertos. No hace falta ni comparar con otros
países. En un país de 11.338.138 de habitantes, las muertes cada millones de
habitantes, al 26 de agosto, es de 8.1.
El punto de arranque o el hilo causal del
próspero presente sanitario que vive la isla hay que buscarlo en el ingreso de
los revolucionarios y revolucionarias a la ciudad de la Habana en el caluroso
enero de 1959. La relación entre salud y revolución quedó plasmada en el
discurso que dio el “Che” Guevara en el acto de inauguración del curso organizado
por el Ministerio de Salud Pública el 20 de agosto de 1960: “La tarea de educar
y alimentar a los niños, la tarea de educar al ejército, la tarea de repartir
las tierras de sus antiguos amos absentistas, entre quienes sudaban todos los
días, sobre esa misma tierra, sin recoger su fruto, es la más grande obra de
medicina social que se ha hecho en Cuba”. Los positivos índices sociales,
incluso luego de uno de los bloqueos más largos que haya soportado un pueblo en
la historia de la humanidad, son, entre otras cosas, el resultado de la
eliminación de la propiedad latifundista, la nacionalización de áreas
estratégicas, la destrucción del viejo Estado y la ruptura de los lazos de
dependencia con el imperialismo norteamericano. La revolución social es también
una revolución sanitaria.
“Un
sistema social y económico que cruje y se ve amenazado”
Antes de ir a las características que le
otorgan a Cuba mejores condiciones para administrar la pandemia, es bueno hacer
una consideración rápida de lo que significan las mismas. Las pandemias por su
velocidad y por su expansión desafían la forma en que las sociedades se
organizan. Algo que comienza en el plano biológico se transforma rápidamente en
social. Desde las primeras cuarentenas en la antigua Ragusa veneciana (hoy
Dubrovnik) en 1377 lo que se modifica, al menos temporalmente, es la dinámica
de integración de los individuos a la sociedad. La “nueva normalidad” es, en
realidad, una “pausa” de las formas de producir y reproducir la existencia (al
menos parcialmente). De ahí que el enojo de los que se benefician con la
“normalidad” se sienta en forma inmediata. Esas manifestaciones no son
individuales, aunque tengan representantes destacados como Trump, Bolsonaro o
Macri, provienen de las estructuras mismas de un sistema social y económico que
cruje y se ve amenazado.
En el plano de las representaciones
políticas hay distintas posiciones. En primer lugar, están los que priorizan
sostener, a pesar de la vida de millones, la rueda funcionando. Como suena
antipático plantearlo de esta manera, se escudan en la defensa de supuestas
“libertades individuales” aunque estas puedan quedarse en la sala de espera de
un hospital sin atención. En segundo lugar, están quienes intentan administrar
esta tendencia de continuidad “demencial” tratando de persuadir al poder
económico con la fórmula: “si los obreros se enferman no producen”, en el
contexto continental esta es una posición progresista. Por último, están
quienes aprovechan la crisis para cuestionar las estructuras sociales que
limitan la existencia y, desde ese paradigma, acumular fuerzas para que los
cambios necesarios no queden en lindas declaraciones. Está posición es amplia y
heterogénea. El Papa Francisco manifestó está preocupación en su cuenta de
Twitter hace algunos días: “Después de la crisis, ¿seguiremos con este sistema
económico de injusticia social y de desprecio por el cuidado del ambiente, de
la creación, de la casa común? Reflexionemos”.
En el actual contexto, las tres posiciones
se convierten en dos y es lógico que así sea. Las dos últimas se unen para
enfrentar a los que pretenden sostener la “normalidad” aunque eso implique
convivir con el respirar agónico de los que se quedan sin atención médica.
“Ellos
tienen muchos médicos”
Hace unas semanas compartíamos con
estudiantes de 5to año una clase virtual con el objetivo de revisar un trabajo
práctico sobre el impacto de la pandemia en los distintos países de América. El
intercambio comenzó con una simple pregunta “¿Cuál es el país más afectado por
la pandemia en el continente?”, rápidamente contestó un estudiante “Estados
Unidos profe”. Contesté con un simple “bien”, sin sobrecargar la respuesta con
mis opiniones, y continué con la pregunta que me había propuesto en la
planificación “¿Cuál es el menos afectado?”, “Cuba” contestaron tres que no
habían acatado mi sugerencia de apagar el micrófono. Antes que pudiera dar mi
aprobación, uno de los tres agregó “qué vivos, ellos tiene muchísimos médicos y
profesionales de la salud”.
En la simple respuesta del estudiante
reside una de las fortalezas que tiene Cuba para enfrentar el desarrollo de la
enfermedad. Tiene la mayor cantidad de médicos por habitantes del mundo: 8,2
cada 10002. Estados Unidos no llega a los 2,5 cada 1000. Solo para establecer
una comparación. Nuestro país, Argentina, aunque supera a los países de la
región solo llega a 3,8 cada 1000. Estos son datos sólo cuantitativos. No
estamos considerando capacitación y distribución del personal médico al
interior de los países. Los aplausos a los médicos cubanos que llegaron a
Italia en el peor momento todavía retumban en las conciencias y en los
corazones de las grandes mayorías. Son 30.000 los médicos que prestan servicios
sanitarios en más de 60 países del mundo.
“Prevenir
es mejor que curar”
La segunda ventaja: un sistema de
vigilancia epidemiológica activa. En lugar de esperar a que las personas que
presentan síntomas asistan a un dispositivo sanitario, los y las profesionales
van a sus viviendas. Los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) actúan en la
detección precoz. Hasta recibir el diagnóstico las personas permanecen en
centros de aislamiento, en caso de resultar positivos ingresan a un hospital,
más allá de su estado clínico. Esto es posible por la disponibilidad de camas y
profesionales. Según datos de la OMS, Cuba tiene la mayor inversión en salud de
la región US$ 2.486 per cápita lo que significa un 10,6% de su PBI3. Estos
valores duplican o triplican la inversión que hacen el resto de los países
americanos. Superando incluso a potencias como Alemania e Inglaterra.
La prevención es uno de los pilares del
sistema sanitario cubano. Existe en la isla una cultura de la prevención. Las y
los profesionales están acostumbrados a visitar y los cubanos a ser visitados.
A partir de 1984 se implementó el sistema del médico y enfermero de familia que
se mantuvo hasta la actualidad. Basado en la atención primaria y el
Especialista en Medicina General Integral. El sistema cubano se divide en tres
niveles de atención, siendo el primer nivel el que atiende al 80% de la
demanda. Adelantarse al desarrollo de la enfermedad algo tan básico y tan
atacado en todo el mundo, es una de las claves.
Una
revolución que sigue curando
Otra gran ventaja es la producción pública
de medicamentos. Los laboratorios cubanos desarrollaron un test de detección
propio. La gran mayoría de los medicamentos para tratar enfermedades son
también de producción y desarrollo nacional. Hace pocos días se difundió la
noticia del desarrollo de la vacuna contra el coronavirus llamada Soberana 1,
que empezó la etapa de pruebas en humanos el pasado 24 de agosto. De cumplirse
todas las fases de testeo y si se logra demostrar su seguridad y eficiencia,
podría ser la primera vacuna contra el coronavirus desarrollada íntegramente en
América Latina.
Todos estos valores son posibles porque
Cuba tiene como uno de los grandes legados de la revolución: un sistema de
salud universal y gratuito, no pensado desde la lógica del mercado. La
pospandemia podría tomar este ejemplo como camino para que la vida deje de ser
un bien de cambio y la salud sea un derecho.
Algunos lectores se estarán preguntando,
viendo llegar el final del artículo, cuando llega la crítica, el señalamiento
de dificultades y los errores. Y aunque podría señalar fraternalmente muchos
juicios y opiniones en este sentido, no creo que estos deban ser ni el tema, ni
el tiempo para hacerlo.
Está experiencia exitosa en la
administración del coronavirus, significa, también, una especie de revancha
histórica para nuestros pueblos latinoamericanos. Recordemos que el genocidio
más grande de la historia fue el que generaron los españoles cuando tocaron
tierra americana a fines del siglo XV. La rubeola, la viruela y otras
enfermedades infectocontagiosas, fueron el complemento ideal para que los
cañones, arcabuces y escudos de los ibéricos pudieran imponer cinco siglos de
opresión imperial. Las enfermedades mortales llegadas desde Europa exterminaron
tres cuartas partes de la población originaria norteamericana y nueve de cada
diez integrantes de las ancestrales del caribe y el hemisferio sur, en lo que
constituyo el mayor desastre demográfico humano desde que se tienen registros
históricos. Como una especie de revancha histórica entonces, que sea una isla
latinoamericana el modelo sanitario en el mundo en medio de una pandemia, nos
da esperanzas y nos llena de orgullo.
*Matías Maciel: Profesor en Historia.
Docente de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Tw: @macielmatiasptp
1 León Gieco, El embudo, del albúm “Orozco” de 1997
2 Recuperado
de https://datos.bancomundial.org/indicador/sh.med.phys.zs consultado
23/04/2020
3 https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-51916767
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